Escribió Marta L. Pimentel Álvarez sobre Una mañana de sol de Graciela Caffe:
Volver al espejo, de eso se trata, se imprime nuestra intimidad en la obra edita, queda allí sellada para siempre al desnudo, una parte de nosotros, ¿por eso se escribe? ¿para eso se edita?, tal vez el mensaje va más allá, y el par que buscamos está en nuestros iguales, aquellos que al mirar al espejo ven, calcada su propia realidad.
Nuestro único interés es el camino: “sus ojos adquirían el brillo de una búsqueda que para todos era inexplicable”.
A nuestros personajes les damos una vida paralela, se relatan así mismo hasta el infinito. Los actores son ellos, nuestras vivencias, imaginación, quitan del ocultamiento aquel espejo donde nos miramos, desde dónde nos miran. Y en un minuto de lujuria nos desnudamos con formato de libro en una placita pública “una mañana de sol” para recitar a los vientos los milagros de la vida. Y así como el Bautista anunciamos el devenir, los acontecimientos que nos suceden con la llegada de estos seres.
Las “relaciones conflictivas” son la pantalla donde actúan todos, involucrados con el cuento, desde una perspectiva madura, no soy yo es él quien lo cuenta. Cual un fantasma camina entre las vías de una estación, donde la soledad pone su cuota de malicia y escribe, y escribe frente al teclado de la estación, donde suben y bajan personajes y nace un texto para Zoraida que cuida a su madre desde el corazón. Más allá de las cenizas volcánicas de Octavio para querer ser en el Hacer. Para ser el Yocompleto sin ninguna “sombra de sospecha” la madre de la hija, y la hija.
Nos convocan de Graciela Caffe, varias historias desdibujadas en el prólogo que los introducen a los personajes, para decir que aquí estamos, esto somos, fuimos y seremos, autenticar lo onírico en nosotros, los poetas, los narradores, aquí y ahora.