La intuición del relámpago por Pedro Mairal

El peligro de prologar un libro de poemas es caer en la tentación de aclarar su incertidumbre, responder sus preguntas, clasificarlas como entomólogos y terminar clavando en un telgopor todo aquello que está vivo. Los poemas de Un rayo en el mundo tienen un solo punto final porque están escritos con un único soplo de vida. Duran lo que tienen que durar, lo que dura ese aliento verbal. Esa voz que cruzó de punta a punta la fiesta y busca romper la palabra se mete en un territorio sin respuestas y sostiene ahí su juego, aguanta, se anima a no entender, susurra su poema en esa zona. Entre el insomnio, los grillos y el recuerdo.

La poeta Sharon Olds dice: “Creo que cuando le damos a nuestra lapicera un poco de libre albedrío, nos podemos sorprender a nosotros mismos. Todo ese deseo de parecer normal en una vida ordinaria, todo ese esfuerzo por encajar se desarma frente a nuestro propio ser desconocido en la página. Y una cosa que amo de escribir es que podemos hablarle a los ausentes, a los muertos, a los que se apartaron y a los que echamos de menos, a todas esas personas de las que estamos separados. Podemos verlas otra vez, entenderlas mejor, hasta decirles adiós.”

La voz de este libro encuentra ese propio ser desconocido. Se enfrenta a aquello que se esconde detrás del miedo, y lo logra justamente porque ejerce su libertad, su descontrol y su extravío. ¿Pero con quién habla esa voz? ¿Quiénes son los ausentes interpelados en Un rayo en el mundo? ¿Amores perdidos, el padre, un desdoblamiento del ser? Su fuerza está en soportar el no saber, su goce es exhalar el signo de pregunta en la oscuridad y verlo derivar en las estrellas.

La poesía (como género que abarca a todos los otros géneros literarios) es la manifestación de una identidad secreta y sorprendente, lo que no podríamos poner en redes sociales, la espalda de Instagram, lo que dejamos fuera de cuadro, lo que no nos atreveríamos nunca a mostrar. Mariana Bolzán se anima a explorar lo no dicho, estalla hacia adentro y encuentra su soledad. Sus poemas son invocaciones, paseos por el extrañamiento, como si de pronto se apagara la música ensordecedora y se oyera lo que había debajo: la noche llena de sonidos y pensamientos. ¿Qué ruido hace la incertidumbre del futuro, qué ruido hace el aguaribay, la fragilidad, lo tierno de uno, la intimidad de la casa tranquila? ¿Cómo suena todo eso?

La palabra no pretende entender. Quiere nombrar y preguntar. La respuesta del poema es siempre extraña. No se puede conocer al otro, no se sabe qué hay después del amor. El duelo es apenas un comienzo donde hay que aprender a decir todo de nuevo, pero siempre con la fuerza del rayo en la mitad de la noche. Por eso este libro no es oscuro, sino nocturno y luminoso. Cada poema atrapa el rayo eterno de la palabra, el instante en que el relámpago reinventa el día. ¿Qué vimos en esa chispa, en ese fogonazo de lucidez, qué leímos, qué le pasó al corazón y al cuerpo y a los sentidos? Cada uno lo intuye a su manera.