Así, poner título a una colección de poemas, que es un gesto clausurador, es desconocer la naturaleza antiescrituraria y antilibresca de la poesía. Habría que regresar a la costumbre decimonónica de poner en las caráctulas de los libros de poesía la palabra «Poemas» y en los de cuentos la palabra «Cuentos» o «Relatos».
Porque los poetas y los cuentistas no son escritores, aunque creen que lo son. Sobre todo la poesía, con su apego a la repetición y a la memorización, manifiesta su aversión hacia el libro. Su persistencia en nuestra cultura puede verse como la señal de que el individuo se resiste a prescindir de su propio aliento. Los libros, con su portentosa artificialidad, con su tratamiento espiritual intensivo, han atenuado nuestro aliento hasta lo inverosímil. Los renglones de la prosa, metódicamente alineados, proponen una respiración artificial; en cambio, los versos de la poesía, que se resisten a convertirse en renglones, alientan nuestra respiración perdida.
Fabio Morábito, en El idioma materno
Nací y vivo en Paraná. Fui docente en escuelas primarias y en algún recodo de mi vida intenté ser artista plástica. Hice radio: fui productora y conductora de programas de música folklórica en FM 97.9 y FM 103.7 (de la capital entrerriana). Siempre estuve vinculada a las letras, primero como lectora, luego como escritora y en eso de proteger la palabra escrita devine encuadernadora. Escribo sin prisa y sin orden. El orden surge luego de un tiempo si percibo que hay un hilo temático. Corrijo mucho y si bien sé que en algún momento mis poemas tendrán un lector o un interlocutor, nada me apura a mostrarlos.
Aunque considero que los premios oxigenan, actualmente prefiero no participar en certámenes. Algunos de mis textos han sido publicados en antologías, en revistas, periódicos y sitios web y he editado tres poemarios: De apacentar el tiempo (1986), bitácora (2012) y retablo (2018).