De grillos & embajadores José Luis Pereyra

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Este es el quinto libro que veo publicado con mi nombre y, curiosamente, todos pertenecen a diversos géneros: novela, cuento, ensayo, poesía y –ahora– ¡teatro! ¿Acaso me he propuesto batir alguna marca estadística? De ninguna manera. Todo ha ocurrido de manera absolutamente azarosa. Yo no he planificado el género de mis libros, fueron sus contenidos quienes han dictado las formas. Explico: quien impone el ‘modo’ del texto no es el autor, sino el tema, la situación, el hecho literario. Por ejemplo: un estado de ánimo, un paisaje, una mujer que nos mueve el piso, motivarán un poema; la reflexión sobre un libro o su creador, nos dictará un ensayo; una historia más o menos compleja nos dará un relato corto o largo. En mi caso, la persistencia en la memoria, casi obsesiva, de un cuento breve, llamado Flores de verano, provocó la escritura de una novela policial de ciento sesenta páginas, que recibió el nombre de El cuello de mamá y la navaja.

A Cortázar le habría disgustado mi uso de las palabras fortuito o azaroso, porque fue él quien dijo que todas las cosas extrañas que les ocurrían a los escritores nada tenían que ver con la suerte, sino con el destino. Don Julio debió tener razones para pensar de esa manera y yo estoy tentado a creer en su palabra. De lo contrario, no acierto a explicar la cadena de hechos que me condujeron al Che Grillo y su encantador grupo de soldados cautivos. Paso a relatar tal encadenamiento de sucesos porque es muy curioso: yo estaba en Salta, en un pueblito aislado llamado San Isidro, y los grillos aparecieron mencionados en un diario jujeño, publicado a más de trescientos kilómetros de distancia. Entonces, ¿cómo me puse en contacto con ellos? Quien obró de médium fue Silvia, mi esposa, que se accidentó durante una de nuestras largas caminatas y debió ser atendida en Iruya, a legua y media de donde nos hallábamos. Otro intermediario fue el médico que analizó la placa radiográfica, diagnosticó rotura de tabique nasal y aconsejó el traslado de mi mujer a San Salvador de Jujuy, porque en Iruya tampoco existían otorrinolaringólogos para atenderla. Viajamos a la provincia vecina muy angustiados, temiendo lo peor. Al final, el diagnóstico del especialista jujeño fue categórico: nunca había existido una fractura del hueso nasal. Por culpa de un dictamen erróneo del médico iruyense, estábamos en Jujuy. Ahora, más aliviados, podríamos continuar con nuestras vacaciones. En la terminal de micros compré un ejemplar de El Tribuno y, en el ómnibus, durante el viaje de regreso, Silvia me pasó el diario señalándome un artículo: “Esto te resultará interesante”, dijo. Y estaba en lo cierto. No en vano llevamos veintisiete años de casados. La historia realmente me interesó. El argumento de la nota, en resumidas palabras, era el siguiente: la mayor prepotencia armamentística a nivel planetario –habituada a exhibir su soberbia, paranoia e histerismo–, era puesta en jaque nada menos que por unos primarios y humildísimos insectos. No abundaré aquí en detalles para evitar hacer spoiler de mi propia obra. Continúo: ya tenía algo para contar pero, ¿de qué manera convenía expresar los acontecimientos? ¿Cómo podría hacerlo? Pues muy fácil, amigos lectores, del único modo posible era… ¡con una ópera bufa! No había otra solución para tal problema. ¿Comprenden ahora a qué me refería cuando antes les explicaba que el tema impone la forma?

En pleno viaje, me comuniqué con dos amigas gualeguaychuenses –ambas actrices y dramaturgas ya consagradas–, les envié fotos de la nota de El Tribuno y les hablé del proyecto recientemente concebido. Las dos me impulsaron para seguir adelante. Una de ellas quiso formar parte del proyecto, desempeñando un papel, entonces le inventé un personaje y lo bauticé con su nombre, Cristina. “Hay un pequeño inconveniente –le dije para atenuar el entusiasmo–. Recién comenzaré a escribir la obra cuando vuelva de Machu Picchu, dentro de cuarenta días”.

¿Van anotando la cadena de hechos fortuitos que originaron el libro que tienen ahora en sus manos? Repasemos los eslabones: un accidente, un diagnóstico errado, una noticia sobre la cual nunca debí estar informado, el impulso anímico de mis amigas para escribir una comedia satírica… y aún falta algo muy importante, cierta convocatoria abierta de textos teatrales. Pasen y lean.

Volvimos de Perú a mediados de febrero y la readaptación a las actividades cotidianas nos llevó bastante tiempo. A fines de marzo me enteré de que el Colectivo de Teatristas (sic) de Gualeguaychú abría una convocatoria de textos dramáticos inéditos para participar en la programación del II Festival de Teatro Independiente “Escena Gualeguaychú”. El primer Festival se había realizado en 2017 y vi todas las obras que allí se representaron, en especial, las dos escritas y actuadas por las amigas que antes mencioné: “Un amor sin Consuelo”, de Flor Jara, y “Dejame volver”, de Cristina Zapata. “Yo podría participar con mi ópera bufa”, me dije. Sin embargo, había un pequeño inconveniente, el concurso cerraba “indefectiblemente” el treinta de abril y yo no tenía ni una sola línea escrita. Me puse a trabajar como un poseso. “Mi marido se ha vuelto loco”, exclamaba Silvia cada vez que me encontraba riendo con mis propios chistes o desfilando a paso marcial por la cocina o cantando el “onga poronga” por los rincones o bailando al ritmo de tambores imaginarios por toda la casa. Y es que yo escribía inspirado por estos dos versos del soneto de Conrado Nalé Roxlo: “mi corazón eglógico y sencillo /se ha despertado grillo esta mañana”. Con ese espíritu grillesco, festivo y chacotón, terminé mi comedia y la envié al Colectivo de Teatristas, tres días antes del cierre. La firmé con el nombre de José Luis Pereyra Grillo.

Las bases y condiciones de la convocatoria establecían que, a mediados de mayo, el comité evaluador daría a conocer los proyectos seleccionados. Estábamos ¡en junio! y todavía no había novedades al respecto. “No seas tan ansioso, hombre. Ya ganaste el Fray Mocho”, me decía Silvia para que yo dejara de caminar por las paredes, me calmara y bajara a tierra para almorzar. “¿Acaso no te alcanza con ese premio?” Y yo le respondía que no, porque el teatro era muy distinto a los demás géneros literarios, que el ensayo era demasiado solitario y reconcentrado, mientras que la puesta en escena de una obra dramática exigía de otras personas: como los actores, un director, vestuaristas, iluminadores, sonidistas, es decir, se requería de un equipo completo abocado a la única tarea de hacer realidad todo aquello que el autor había soñado, lo cual significaba todo un honor. Y cuanto más se lo explicaba a mi mujer, me sentía el más loser de los losers, porque era evidente que mi trabajo no le había gustado a nadie.

Hasta que, el seis de junio, llegó el mail notificándome que DE GRILLOS & EMBAJADORES había sido seleccionada junto con otras tres obras para participar en el Festival. También me felicitaban y me informaban que la directora elegida para el montaje de la obra sería Renata Dallaglio. ¡Y otra vez mi pobre mujer debió bajarme de las paredes donde volví a trepar por la alegría!

Hablaré brevemente de los otros dos textos que integran este libro. Así como algunos directores cinematográficos imaginan futuras obras con los rostros de sus estrellas predilectas, yo había imaginado mis grillos y embajadores con las caras de los actores de Sinergia Teatral, tal como lo expresé en el texto que mandé a concurso. Pero los organizadores se reservaban el derecho de asignar directores y Renata optó por su propia gente de Posición Cero. “Yo escribí mi ópera bufa para ustedes”, le dije a Vale Bassini, alma máter de Sinergia. “No importa –respondió ella–, ya escribirás otras”. Y así lo hice. Mis TRES CUENTOS SINERGIANOS fueron pensados con los rostros de Vale y Claudio Pérez, lo cual no significa –de modo alguno– que ellos tengan la obligación de representarlos. Conmigo no tienen deudas, han cumplido satisfactoriamente: porque prestaron sus facciones y cuerpos para que yo pudiera visualizar a mis personajes. Muchas gracias, chicos.

Todo docente es un poco actor: disimula la risa o finge enojos para mantener la disciplina en el aula, finge que no está cansado a pesar de trabajar en tres turnos y en tres colegios distintos. También se involucra en las lecturas y les pone el cuerpo a los personajes más sensibles o significativos. Cuando en el Instituto Sedes Sapientiae leí mi relato semiautobiográfico EL PATADURA DE LA FAMILIA, alguien se me acercó al terminar y comentó: “Parecías un actor de stand up”. No creo que, a esta altura de mi vida, yo pueda destacarme como estrella del unipersonal, pero sí podría funcionar como guionista o autor teatral. ¿Quién sabe?

El teatro es esencialmente para ver, pero también se lo puede leer. Espero que se diviertan con la lectura.

Y eso es todo cuanto tengo para decir… al menos por el momento. Un abrazo.

José Luis Pereyra